sábado, 24 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 6ª Categoría. Bachillerato

CONVERSACIÓN EN EL AVIÓN.
Por Francisco José Sobrino Henández


- Usted dirá…
- Al aeropuerto, por favor. Y rápido.
- Descuide… ¿Pa’ ccuál de los dos?
- ¿Tantos hay? Ni que esto fuese Nueva York…
- ¡Oiga usted! Cuida’u con lo que dicce, que esta ciudad puede ser que no sea ni si quiera ccapital, pero de chica no tiene nada, y pa’ ser reconccocida como “La Roma de América” o “La Ciudad de los juristas” o “Muy noble y leal”, y cientos más con los que no quisiera yo aburrirle, porque habeilos ha…
- Ya me aburre, así que dedíquese a hacer su trabajo. ¿Cuál es el que realiza los vuelos internacionales?
- ¿Le ve accaso alas a mi taxi, o a mí cara de piloto aviador? Que pa’l caso sea dicho, pude haberlo si’u, porque virtualidad y espaciosidad, mire usted que dos palabrejas, me sobra y me chorrea, pero el doctor me detectó un impedimiento, que me incapaccitaba pa’ esto del volar, algo así como arofobia o erofobia, o una de esas, vamos que me subo yo al aeroplano y me quedo desmaya’u. Aunque mi abuela, que en p…

- Señor taxista, aunque respeto mucha a su abuela, sino arranca en menos de siete segundos voy a dejar de respetar a otro miembro de su estimada familia, así que haga el favor, y lléveme al aeropuerto inmediatamente, que el vuelo sale en una hora y no hay otro hasta el Lunes que viene.
- Mejor habría queda’u diez segundos que es número mas redon…
-¡YA!
- Vale, vale, nos vamos ya ¡Marchiando al aeropuerto!  … Por cierto ¿a ccuál?
- ¡Al más grande, que se yo!
- El más grande es el Internacional Rodríguez Ballón, ¿a ese?
- Así que hay un aeropuerto cuyo nombre tiene como primera palabra “Internacional”, y cuando le pregunto sobre los vuelos internacionales me sale con que si es usted piloto o tiene usted aerofobia. Es increíble.

- ¡Eso! Aerofobia, sí, sí, eso decía yo, pero usted tranquilo que ya nos vamos, que me está dando un miedo con esa ccara que pone, si hasta se parece a la de mi parienta ccuando me ve apartiando las zanahorias rehogadas pa’ comer el guisa ‘u de papas…

“Y aún me queda Estocolmo…”, pensé a la vez que el chiste fácil arrancaba una fugaz, breve y casi imperceptible sonrisa de mi inexpresiva faz “¿Cuándo fue la última vez que reí…?” “Supongo que ya no tengo tiempo ni para eso.” En cambio sí tuve tiempo para fingir un profundo sueño, con el que disuadir al conductor de cualquier intento de despegar esos gruesos labios, o volver a emitir, ninguna de esas empalagosas palabras, extraídas de algún cruel y taimado dialecto indígena.

- Ya llegamos.
- Bien, ¿cuánto es?
- ¿Ya despertó? Que sueño tan ligero tiene usted… 156 soles.
- Ni se lo imagina… tenga, esto de propina, para que le compre un pastelillo a su abuela. Buenos días.
-  Sí… buenos…uno, dos… esto no da ni pa’ un chiccle…

Dejando atrás al ofuscado taxista, entré apresurado al aeropuerto: “Y a esto lo llaman grande, pobres ignorantes”- pensé yo, no sin cierto aire irónico. En esto estaba yo buscando el camino hacia la puerta de embarque, empresa aparentemente sencilla, pero la falta de señalizaciones y la dificultad para entender las pocas que había, representaban una ardua misión. Finalmente y tras muchas vueltas acabé llegando a la puerta de embarque, donde una sonriente azafata despachaba a los últimos pasajeros:

- Buenos días- dije yo, tendiéndole el billete, mientras trataba de sacar el DNI de aquella odiosa cartera.

- Lo siento- se excusó ella- no hay más asientos, el que quedaba fue para aquel caballero de allá- indicándole a un hombre con el pulgar, por encima del hombro.

- ¡Pero eso es imposible! Mi billete estaba reservado hace, lo menos, tres semanas. Debe de ser un error, vuélvalo a comprobar.

- Lo siento, pero ha habido “overbooking”, de todas formas es posible que algunos de los asientos de primera clase queden libres y usted pueda entrar. No se lo garantizó, pero es todo lo que puedo hacer…. Eso, o puede usted coger un taxi y…

-¡Ah no, eso ni hablar, todo empezó por ese maldito taxista, su taxi con aerofobia y su abuela con alas!- realmente creo que no lo dije en el orden correcto, y las miradas asustadas de las azafatas y las vigilantes de los guardias, me hicieron ver, impotente, que lo único que me quedaba era esperar.

- Disculpe Señor.
- ¿Si…? - era la azafata de antes.

- Quedó al final un sitio libre en primera clase. Ha tenido mucha suerte, ya verá como la espera tuvo sus frutos- sonrió y se fue.

No tenía ni idea de por qué habría tenido tan buena suerte, aparte del hecho de haberme quedado dormido y no haberme despertado sin equipaje. En cualquier caso di las gracias, me levanté, y mientras recogía el equipaje me estiré disimuladamente. Seguía, aunque cansado y amargado, siendo un caballero.

Cuando llegué a mi asiento, la única sorpresa que encontré fue que no había diario deportivo internacional, aparte de eso, ya había hecho más vuelos en “business” y no había nada que me llamase la atención.

Unos minutos después se comunicó que iba a comenzar el despegue y que  permaneciésemos sentados y con las bandejitas de los asientos cerradas. Justo en ese momento llegó, el que sería en este viaje a tierras suecas mi compañero, un hombre que superaba fácilmente los sesenta, bien vestido, y con un elegante y fino corte de pelo que denotaba una rebosante cuenta bancaria. Llegó, se sentó y apresurado se abrochó el cinturón, tanto que sin querer, me dio un codazo en mi brazo derecho.

- Discúlpeme, usted señor, que aunque vuelo a menudo, estas maquinas aéreas me dan un fiero horror. Aunque veo que usted no tiene mucha mejor cara, ¿también le causa pavor el volar?

- No que va, es el cansancio – no quería decirle que en realidad la cara sí era de horror, pero horror ante la idea de tener sentado durante trece horas a un nuevo “taxista”, aunque este fuese treinta años mayor y con un corte de pelo de ciento cincuenta euros.

- Ah, ya. Bueno cuando se es joven hay que divertirse, y disfrutar ¿no cree?

- Sí, digo no… Oiga mire yo he venido porque tenía unos asuntos que zanjar, pero de trabajo, y ahora en Estocolmo, otros tantos. Pero de trabajo, yo ya no tengo tiempo para nada más.- El semblante del anciano no cambió ante estas palabras que solían sorprender en general a la gente, a la vez que despertaban ciertos signos de desaprobación, lástima, o burla en algunos casos. En cambio para mi compañero fueron simplemente unas palabras más.

- Bueno, ya que parece que vamos a tener un largo viaje por delante y yo no soy de los que duermo, me temo que tendremos que pasar a las presentaciones…- en ese momento pasó un par de azafatas sonrientes que se detuvieron con el carrito de comida, y con increíble dulzura, afecto y algo de respeto se dirigieron a mi colega, que con igual amabilidad las despidió. Conmigo el trato fue de mera cortesía, debido, por supuesto, a mi fortuita estancia en aquel asiento, por lo que no le di mucha más importancia.

- Así que se llama Alonso, no, no frunza el ceño, que no soy adivino- dijo entre risas- es que lo vi escrito en su maletín. Bonito nombre sin duda, y muy castellano diría yo, ¿es usted español?

- Sí, de Madrid- ante el silencio de mi interrogador supuse que querría más información- como ya le he dicho sólo vine aquí por trabajo. Por cierto, interesante ciudad Arequipa. Bastante moderna y renovada. ¡Si hasta tiene más aeropuertos que Madrid!

- Me alegro que le gustase, pero si se refiere al otro aeropuerto sepa usted que es una base militar, no se realizan vuelos desde allí.

En aquel momento, una gran ola de resignación me invadió, “Así que base militar”, pero en vez de irritarme, la emoción salió en forma de sonrisa.

- Y usted ¿a qué va a Estocolmo?- pregunté yo ahora, antes de que le diese tiempo a lanzarme otra a mí.

- Nada, unos asuntillos, también de trabajo, ¿eh? No se vaya usted a pensar nada. Y aparte de trabajar ¿no hace nada más? ¿No lee, no tiene afición alguna?

- Antes sí, fíjese que me encantaba a mí lo de leer… ¿Conoce usted la novela  “La ciudad y los perros”? No me acuerdo del autor, pero sí que me gustó bastante ¿La ha leído?

- Algo me suena, creo que me lo habré leído así por encima. ¿Por qué ya no lee? Y no me diga que por tiempo, que estas horas de avión le vendrían perfectas.

 - Mi madre murió hará ya unos diez años. Era ella quién me regalaba siempre libros, me aconsejaba y alentaba a leerlos. Luego, una vez acabados, siempre teníamos charlas y discusiones sobre ellos. Eran nuestros momentos “literáricos” que fue así como yo los llamé una vez, tras descubrir que el arte de escribir se llamaba literatura - una pequeña mueca de ironía asomó en mi cara-  Cuando ella murió, dejé de leer. Cada vez que lo hacía, no disfrutaba, no quería acabarlos porque ya no tendría esos momentos en los que exultante y feliz acudía corriendo emocionado a mi madre, para compartir todas las vivencias que había sentido entre esas ásperas páginas, todas aquellas aventuras, ideas y sensaciones que me inspiraban y que tantos dulces ratos me aportaron. La simple idea de finalizar uno me hacía sentirme solo, me angustiaba ver que llegaba al desenlace de sueños impresos en papel que se transformarían en pesadillas reales en mi mente. Poco a poco el hábito se marchó, y supongo que nunca más quise tener nada que ver con la letra.
  Después de esto, el hombre no dijo nada, y yo hice lo propio, me acomodé en el asiento y miré por la ventanilla. Por mucho que tratase de conciliar el sueño no podía, el asiento a pesar de ser de cuero, recostable y tener mil lujos, me parecía el sitio más incómodo del mundo “¿Cómo he podido ser tan estúpido?” -pensé- “Habrá pensado que soy un chalado. Él hablándome, de banalidades, y le salgo yo con todo esto, sin ni siquiera saber su nombre”. Finalmente me dormí, y soñé. Soñé con el taxista, con la azafata, con mi anciano compañero. Soñé con que se burlaban de mí, se reían a carcajadas y yo no podía decirles nada, porque tenía que trabajar.
  - ¿Señor?
  - Sí, sí… estoy despierto, ¿quién es?- era la azafata.
  - Señor ya hemos llegado. Ya ha salido todo el mundo debería tener más cuidado de quedarse dormido en los sitios, ya he tenido que despertarle dos veces- y sonrió, pero no con la sonrisa de desprecio que tenía en el sueño. -¿Y bien?, no me diga que no tuvo suerte ¿eh? ¡Ah!, por cierto me dio esto para usted.
  - ¿Cómo?, ¿Quién?- yo no entendía nada.
  - Anda no se haga el loco, le hablo de su compañero, del hombre que se sentó a su lado durante el vuelo
  -…-seguía sin entender nada.
  - Es increíble, ¿no sabía que el hombre con el que estuvo todo el rato, no era otro que el gran Mario Vargas Llosa? Ganador del premio Nobel de Literatura de este año.
  - ¡Ese era el autor de…! - De repente comencé a entenderlo todo, y una nube de confusión se cernió sobre mí. Sin mediar palabra cogí el papel que me había dejado el ilustre, y comencé a leerlo atónito:

 Querido compañero de viaje, ya sé que nos conocemos de muy poco, y que quizás esta nota te sorprenda, no es para menos, pero es que ciertamente, tu historia me conmovió, y me hizo sentirme mal, aunque peor me sentí por haberme quedado callado cuando debí de haberte contestado, pero te dormiste pronto y no pude ya pedirte perdón. No sé si sabrás quien soy a estas a alturas aunque en cualquier caso creo que estoy en deuda contigo. Me emocionaste mucho con tus palabras y realmente fue satisfactorio el que no me reconocieras, ya que así pude conversar contigo sin tapujos ni molestias. Cuando hablaste de tu madre, y la causa de tu negativa a volver a leer, pensé que quizá yo pudiese ayudarte. Así pues, te dejo una lista de libros abajo, son grandes obras que a mí me ayudaron mucho cuando estuve mal, y también te dejo mi teléfono, para que cuando los acabes tengas con alguien con quien comentar. Me encantaría conocer tu punto de vista. Hasta un, espero, pronto reencuentro          
                                                                         MVL

Mario Vargas Llosa
  Cuando acabé de leer la carta por quinta vez, por fin tuve tiempo para ver que aquello era cierto; que no era ninguna clase de sueño maquiavélico; que las sombras no aparecerían de un momento a otro tratando de burlarse de mí. Entonces reí a carcajadas, reí por todas las risas que había ahogado, por tantas que nunca quisieron salir. Y lloré, lloré como el niño que abraza a su madre tras ver su rodilla magullada; como un padre que descubre cuanto tiempo podría haber pasado con su hijo, y que ya no podrá pasar.
  - ¿Se encuentra bien? – ya no me acordaba que la azafata seguía ahí delante.
  - Sí, ha sido… la emoción, supongo, nada más.
  - Tranquilo, si quiere puede conversar conmigo acerca de libros, y si quiere esta noche estoy libre, conozco un muy buen restaurante, ¿le apetece cenar conmigo?
- Me encantaría.
  Y así, conversando sobre prosa, drama y poesía nos encaminamos a la salida del avión, y como “Sólo un idiota puede ser totalmente feliz”, yo a partir de aquel momento, me convertí en el hombre más idiota del mundo.



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