sábado, 22 de diciembre de 2012

Proyecto "Relatos" 4º de Primaria. UN EXAMEN PECULIAR Por Víctor Carnicero



                          UN EXAMEN PECULIAR





CAPÍTULO 1

Aquél fue un año inolvidable. Los partidos de balón prisionero que duraban horas (o eso parecía), las carreras por los pasillos, el día que trajeron aquel hinchable que medía metros y metros... Sin embargo lo que nunca se borrará de mi memoria es el examen de educación física que nos hicieron aquellos magníficos profesores.

Corría el mes de junio y el calor ya era sofocante. Todos queríamos salir de las cuatro paredes del colegio y cuando Andrés y Ainhoa, los profes de educación física, entraron a nuestras clases diciendo que había un autobús esperándonos para ir a un bosque cerca del colegio, casi no podíamos creérnoslo. Salimos a la carrera hacia el bosque soñado y a los pocos minutos estábamos allí. El autobús se metió por una carreterita y un poco más tarde estábamos realmente en mitad de un enorme bosque. Bajamos del autobús emocionados y Ainhoa empezó a caminar, liderando al grupo sin seguir ningún camino visible, aunque parecía decidida. Unos minutos más tarde, en un claro del bosque, Ainhoa paró, nos puso en círculo y nos miró con la expresión más seria que había visto en mi vida. Todo lo que dijo fue:

-          Chicos y chicas, hemos estado aprendiendo orientación durante el último mes. Ahora estáis preparados para el examen final. Iréis por parejas. Sólo aprobará aquél que, desde aquí llegue al colegio en menos de dos horas. Usad vuestros conocimientos y vuestra intuición. ¡Ah!... Y suerte.

Cuando Andrés y Ainhoa se alejaron a toda prisa, a nadie se le ocurrió seguirles, porque todos estábamos literalmente blancos.

Intenté recordar lo que habíamos aprendido, me subí a un árbol y miré a ver si se veía algo a lo lejos, se podía ver algo rojo y decididos fuimos hacía allí. En el bosque nos encontramos a muchas personas, la que más me impresionó fue encontrarnos a aquél mudo que nos dijo que si habíamos visto animales, no sé cómo pudimos entenderle haciendo gestos. Bueno, volví a subirme a un árbol y nada, no había nada, ¡de repente! oí una voz familiar, eran Pablo y César, que también se perdieron como nosotros. Así que decidimos ir con ellos. Al cabo de una hora caminando los cuatro estábamos muertos de calor, a lo lejos se oía un río, así que sin pensárnoslo cuatro veces, porque claro éramos cuatro, echamos a correr hacia el río, cuando llegamos al río, los cuatro escupimos en el río, vimos que los escupitajos desaparecieron en el agua eso significaba que se podía beber. Al cabo de unos minutos bebiendo escuchamos unos ruidos, parecían pisadas de personas, de repente aparecieron Mario y César, ya éramos seis, detrás de ellos vinieron Juan y Santiago, ya éramos ocho perdidos, Santiago, Juan y César recordaron que había un río que pasaba cerca del colegio Solera. A lo mejor si lo seguían llegaban al colegio. Empezamos a caminar siguiendo el río. Tras tanta vuelta, con aquél calor insoportable y un cansancio superior a nuestras fuerzas decidimos sentarnos bajo un enorme sauce y darnos un respiro.


CAPÍTULO 2

Al cabo de un rato seguimos la marcha hacía el colegio o hacia donde fuéramos. Caminamos y caminamos hasta oír:

-          ¡Un tejón!

César recordó que, en estos bosques, no había tejones. Lo único que podía ser era una marsotá[1].

Al caer la noche, nos refugiamos en una vieja caseta que parecía abandonada. Entramos en la caseta y no había nadie, eso era bueno, por ahora buscábamos un sitio para dormir, y nos echamos al suelo. Al día siguiente salimos al bosque otra vez y buscamos alguna fruta para comer por allí cerca. Volvimos a oír:

-          ¡Un tejón!

Pero esta vez la voz venía de detrás nuestra, miramos y eran Pepe y Sergio que intentaban asustarnos (nos unimos a ellos). Y entonces apareció como de la nada aquél extraño animal.


CAPÍTULO 3

El animal que nos salvó era una marsotá. Era un animal muy juguetón, gracioso y muy amable, tan amable que incluso nos salvó.

Por el aspecto que tenía éramos los primeros humanos a los que se había acercado. Tenía un gorro amarillento con flores. Estaba muy sucio, lo intentamos limpiar pero no le gustaba el agua, ¡qué animal más raro! Intentamos descubrir de dónde había venido pero, de repente, él nos lo contó, ¡un animal que habla! Nos quedamos impresionados y, la verdad, sí que era un animal muy raro. Nos dijo que había venido excavando un gran agujero subterráneo.


CAPÍTULO 4

Cuando aquél animal se nos apareció intentamos cogerle. Al final conseguimos atraparle y nos dijo que si nos podía ayudar en algo. Nosotros le contamos nuestra historia. Aquél animal comenzó a guiarnos por el bosque. Nos metimos por un camino muy estrecho por el que hacía años que nadie pasaba. Notábamos cómo el aire removía las hojas y, con los ruidos del animal, hacían una magnífica melodía. Atravesamos un cortafuegos que más que un cortafuegos parecía un huerto de flores con muchas vacas. El camino estaba lleno de cardos, era muy estrecho y estaba lleno de latas y botellas.

Ya era casi mediodía y llevábamos una hora caminando. El animal llegó a un río, todos pensamos que había que cruzarlo, pero no. Lo seguimos por un lado y al final llegamos al colegio Solera, y caminando, llegamos al colegio Monte Tabor.

Allí estaban Ainhoa y Andrés.

Como premio por haber llegado todos juntos nos dieron una caja. Dentro había un libro con un montón de hojas en blanco, donde en la portada ponía ‘Un examen peculiar’. El libro era para que escribiéramos todo lo que nos había ocurrido en el bosque y cómo conocimos a la marsotá.


TITULAR DE LA NOTICIA: NIÑOS PERDIDOS REGRESAN AL COLEGIO

Unos niños que se habían perdido en el bosque cuando hacían un examen de educación física, fueron devueltos al colegio por un animal.

Volvieron después de haber estado un mes en el bosque.

Llegaron el miércoles 8 de octubre a la ciudad de Madrid. El animal de poca existencia, se lo dieron a una mujer para que lo inspeccionase e hiciese fotografías.

Hay un montón de periodistas interesados en cómo aquél animal les salvó.






[1] Marsotá.- Animal traído del desierto de sólo cabeza (no es real).

jueves, 10 de mayo de 2012

VISITA AL MUSEO DEL PRADO. 4º de Primaria




Por Pilar Monedero y Javier Camacho

El pasado mes de marzo, los alumnos de 4º de Primaria visitamos el Museo del Prado. Nada más bajar del  autobús, vimos una iglesia que se llamaba “Los Jerónimos”. ¡Era preciosa! Antes de entrar, dimos un paseo por los alrededores y después nos dirigimos al Museo.
Nos explicaron que el Museo tiene tres entradas, que son: por la calle Velazquez, Murillo y Goya.

El primer cuadro que vimos fue “Las Meninas” de Velazquez, pero teníamos que ver “La Gallina Ciega” de Goya que representa a unos jóvenes de la época  con sus ropas típicas y tradiciones.
 
Siguiendo nuestro recorrido, fuimos a ver “Las Hilanderas” de Velazquez que cuenta la fábula de las diosas griegas Atenea y Aracne. Ellas competían en un concurso de tejedoras. Como Aracne lo hizo muy bien, Atenea la convirtió en una araña para que no dejara nunca de tejer
 
El último cuadro previsto era “La Sagrada Familia con el pajarito” de Murillo. Aprendimos que en el tenebrismo es la figura principal la que se pinta con colores más claros y lo demás en tonos más oscuros.
 
Después, tuvimos la suerte de poder visitar la réplica de “La Gioconda” que han encontrado recientemente. Es una copia de la original pintada por Leonardo Da Vinci. Se diferencian en que la segunda está pintada en colores más claros.

Como aún nos quedaba tiempo, fuimos a ver las llamadas “Pinturas negras” de Goya. Todas ellas las pintó cuando estaba loco por haberse quedado sordo. Eran muy distintas a los cuadros que había pintado anteriormente. Por ejemplo, la “Gallina Ciega estaba pintada con colores más claros y más alegres.
 
Después del Museo, fuimos dando un paseo al Retiro. Allí comimos y jugamos un rato todos juntos...y de ahí al colegio de vuelta.

¡Nos lo pasamos genial!



miércoles, 28 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 5ª Categoría. 3º y 4º de ESO.

Amar a un semejante
Por Blanca Planells Merchán   3º ESO B

La fiebre me había vuelto a subir. Sudores fríos recorrían mi cuerpo y los ojos me escocían. Llamé a Irene y mientras me daba a beber, colocando las almohadas, supe que mi tiempo se acababa. Tenía que hacerlo ya, merecía saber la verdad. Cogí pluma y papel y, no sin esfuerzo, comencé a escribir:

Queridísima Cristina:
Canaima. Venezuela
Le escribo esta carta ya que, lamentándolo muchísimo, creo que su carruaje no llegará a tiempo. Irene le ha entregado mi carta. Lo que  voy a escribir ha sido mi secreto durante toda mi vida y a vos, mi hija primogénita se lo quiero explicar.

Mi historia comienza cuando yo contaba con 15 años. Mi padre era capitán del Libertad, una gran nave de mercancía y pasajeros. Navegaba durante meses y luego volvía a Sevilla, nuestra ciudad natal, dónde le esperábamos mis hermanos y yo: Jorge, Miguel y Diego. Todos nosotros queríamos viajar con él, conocer mundo. No podían dejarme en tierra, así que finalmente conseguí enrolarme en una travesía y posterior estancia en las Américas.
Diego, que era mi hermano preferido, y yo pasamos semanas hablando sobre esa brillante aventura que íbamos a iniciar, apasionante y terrorífica a la vez. 

Partimos del puerto de Palos el 19 de septiembre de 1964. En el Libertad iban 54 marineros, 21 pasajeros y mercancía variada. Yo era la única mujer.

Durante el trayecto aprendí a pintar, a leer y a escribir aleccionada por Diego. Estudié geografía o economía pero lo más sorprendente fue que en un mundo tan reducido como era una nave aprendí más sobre la vida, el esfuerzo y el espíritu de trabajo que en cualquier otro lugar.

Tras 53 días de navegación desembarcamos en las costas de Venezuela dónde permaneceríamos durante años indefinidos.

Allí teníamos una casa pequeña pero acogedora. Constanza nos recibió. Lo primero que me sorprendió, de su raza desconocida para mí, fue su piel oscura o los extraños sonidos con los que conversaba con su hijo. Su piel era color canela, quemada por el sol y arrugada por la edad; sus ojos eran grandes, profundos y chocolate; su cabello largo, fuerte y aún oscuro.  Su coronilla apenas llegaba a mis hombros y su constitución era robusta. Era reservada y silenciosa. Amaba por encima de todo a su único hijo: Íñigo, que había nacido tras morir su marido.

Le conocí una mañana de octubre. Caminaba hacia las cuadras con aire desenfadado y una sonrisa burlona en sus labios. Una melena castaña caía tapando sus ojos miel. Llevaba el caballo del Padre Ramón. Bajé de mi yegua mientras sus ojos me atrapaban, unos ojos que gritaban en silencio. Se presentó sin sentirse acongojado por el hecho de nuestra diferencia social. En ese instante supe que era especial.

Me dolían las manos de escribir, no era capaz de ver bien. Mi cabeza recordaba aquellos momentos de mi vida y empecé a divagar cómo habría sido mi vida si la enfermedad no existiese. Recordé su música: eses sonido extraño y desconocido, rítmico y secreto. Una vez le pregunté y su única respuesta fue: sólo siente. Y lo hice, sí, sentí, sentí, sentí la música fluir en mi alma y empaparme. una lágrima plateada pujaba por escaparse de mi ojo, le obligué a quedarse. Al menos tengo la esperanza de que dentro de cada vez menos le volvería a ver. Me obligué a seguir escribiendo:

Entré en casa para conocer al Padre Ramón, íntimo de mi padre. Me confesó y se convirtió en una persona de confianza profunda. Mostró un gran interés por ayudarme en mi vida, resolviendo mis dudas de fe. 

Íñigo merodeaba constantemente por mi casa así que, sin razón alguna, un día empezamos a hablar. Veníamos de mundos casi opuestos y aún así me entendía. Hablábamos de sueños y anhelos, de lucha y de paz. Me contaba historias sobre los colonos, sobre cómo llegaron a estas tierras, sobre los indígenas y sus costumbres. Cuando tenía miedo me contaba historias fantásticas que siempre tenían un final feliz. 

Como un puzle me fue desvelando piezas de su alma, de su ser o de su historia. Su madre, Constanza, era natural de Venezuela pero su padre era un colono llegado del Reino de Castilla. Sus padres, se conocieron, se casaron y se amaron. Cuando su padre murió por una extraña enfermedad, su madre se hundió en la tristeza. No se volvió a casar. 

Un día de invierno, paseaba con Diego e Íñigo por el puerto. Mientras veíamos barcos zarpar escuchábamos al criollo hablar de su infancia. Entonces me miró y me di cuenta de una verdad que había tratado de tapar: estábamos loca e irrevocablemente enamorados.
Hablábamos de matrimonio, de futuro, pero no éramos tontos. ¿Un criollo esposo de la hija del Capitán Montoya? Imposible... Lágrimas de impotencia bañaban mis ojos verdes y se enredaban en mi melena dorada, cada vez más larga y rizada.

Mi padre decidió que era la hora de casarme y creyó encontrar al candidato adecuado en Hernando Jáuregui, un hombre honrado e hijo del coronel Jáuregui. Le dije que no me quería casar todavía y me dio tiempo.

Decidimos hablar con el Padre Ramón y él enseguida entendió nuestra situación. Tomamos una decisión arriesgada: nos permitiría casarnos y nos llevaría a otra ciudad cercana donde podríamos vivir juntos y humildemente.

Nos preguntó si nos amábamos y nos casó un dulce día de primavera: el 3 de marzo de 1965, a escondidas, por supuesto.

Marchamos una madrugada calurosa, marchamos hacia una nueva vida, un nuevo horizonte nos esperaba. 

Vivimos en un ambiente de profundo amor. Una mezcla de culturas se estaba cumpliendo, la integración. Nos era imposible entender en qué nos diferenciábamos: tenemos el mismo corazón, dos ojos, dos brazos, dos piernas, inquietudes internas, una necesidad de perfección y amor que dar. no había nada que nos pudiese separar, o eso creíamos...

Llegó la enfermedad. 34 días pasaron desde nuestra huída hasta que sus ojos dejaron de mirarme, sus manos de tocarme, su boca de hablarme. Se fue como era: fuerte, valiente y atrapándome con sus ojos. Yo llevaba su fruto, nuestro fruto de amor en mis entrañas.
Volví a mi casa, junto a mis hermanos y a mi padre. En contra de lo que pensé, la alegría de mi padre fue mayor que su ira. Nunca me preguntó dónde había estado y jamás lo había contado hasta ahora. 

Apenas dos semanas después mis segundas nupcias fueron celebradas y pasé a convertirme en la esposa del padre de tus hermanos. Hernando es un hombre bueno al que siempre he respetado y apreciado. Nuestra vida juntos ha sido feliz. Cuando apenas 8 meses después de casarnos naciste nadie imaginó que nuestra preciosa niña, de la que estábamos y estamos tan orgullosos fuese hija de Íñigo, un criollo.

Tu padre era mi alma gemela, me entendía completamente, como ningún otro ser humano.
Hija mía, perdóname. Sé que deberá habérselo contado antes, pero el miedo siempre me atenazó y este es el momento adecuado, ya no tengo nada que perder ni excusas que poner. Mi última petición es su silencio.

Recuerda siempre que el amor rompe barreras y supera todo. Una vez alguien me dijo: ama, ama mucho porque amar a un semejante es mirar el rostro de Dios.
Suya siempre,
Clara Dulce Montoya de Jáuregui.

Finalmente había acabado de escribir mi legado, mi historia y la historia de Íñigo, una historia de amar a un semejante.
Me tumbé delicadamente y cerré los ojos para descansar. El cansancio me aplastaba como un losa y me hundí, me hundí en el silencio. Estaba en un pozo oscuro, intenté llamar a Irene, decirle que tiene que darle la carta a Cristina. Pera yo no podía, estaba inmóvil y, de repente, dejé de sentir el dolor. Se iluminó todo y ya no estaba esclavizada, ya era libre. 

Me estaba esperando en nuestro hogar eterno.

martes, 27 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 1ª Categoría. 1º y 2º Primaria

La Momia en Perú
Por Jaime Martins-Soares. 2º A 

Un  explorador fue a Egipto, en el desierto encontró una pirámide que dentro tenía luz. Dejó la mochila fuera y fue a explorar dentro, pero no sabía que un espía le estaba espiando.
El espía tenía una mochila igual, la dejó y cogió la del explorador y la enterró. El espía fue por un camino distinto al del explorador.

El explorador no encontró nada más que jeroglíficos en las paredes, mientras el espía había encontrado una momia,  fue a su mochila la guardó con dificultades y siguió su camino. El explorador cogió su mochila que no sabía que era la del espía y se fue a Perú en avión.
Figura de mono en el desierto de NAZCA (Perú)
Cuando llegó a su hogar abrió su mochila sin fijarse en su contenido, y fue al ordenador.
Cuando el espía estaba a punto de llegar a Perú, el espía estaba escribiendo su aventura.

El espía entro en la casa sin dificultades porque la puerta estaba abierta.

Cerró la mochila y se la llevó sin que la viera el explorador. Se fue al desierto de Nazca en avión, vió un mono dibujado en las montañas  de arena, fue a explorar y vio murallas de arena, donde se escondió.

Mientras el explorador había terminado de hacer el cuento, se dio cuenta de que le había roobado la mochila. Entonces se montó en el avión y se fue a explorar Machu Pichu y ni rastro de su mochila y decidió ir a Nazca.

El espía se había desmayado, el explorador lo encontró  y cogió la mochila y se fue a su casa, la abrió y vio la momia, entonces entendió lo que pasó.
El explorador volvió a Egipto a colocar la momia de nuevo en su sitio.

sábado, 24 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 4ª Categoría. 1º y 2º E.S.O



Cuentos Antes de Dormir 
Por  Marta Igea Gracia

 La cosa inesperable llegó en ese momento. Alguien atravesó andando bastante deprisa el salón. Se notaba que era una persona anciana ya que eran pasos torpes y ruidosos. Por favor que no sea la señora Pilar, la señora Pilar no, repetíamos sin cesar. Delante de nuestra puerta se paró jadeante casi sin poder respirar. En sumo silencio, Lucía y yo, nos escondimos debajo de la cama. Gritando nuestros nombres entró en el cuarto, pero… no era una voz de mujer. Lucía se soltó de mi mano y gritó:
Artesania Huichole
- ¡Abuelo! ¡Abuelo!- gritaba sin cesar-. ¿Eres tú abuelo? Sé que eres tú, es tu voz. No te escondas por favor.
     Una risa empezó a sonar detrás de los visillos. No era una risa típica de miedo, sino una risa cariñosa, llena de amor…
- Ven aquí pequeña. ¿Qué tal todo? Y… ¿Por qué te habías escondido? Te doy tanto miedo. No pretendía asustarte carió.
     Rojo como un tomate salí de debajo de la cama y sin  saber por qué me empecé a reír. Ya tenía ocho años y no me podían asustar con tanta facilidad.
- Hola abuelo- susurré muy bajito a su oído- Lo siento un montón, pensábamos que eras la señora Pilar, y ya sabes, pues…
- Tranquilo pequeño. Mamá se ha ido cuando he entrado y me ha pedido que os prepare la cena. Hoy toca macarrones.
     Pasado ya todo el susto bajamos a cenar. Entre risas y mucha charla nos comemos los macarrones y el plátano, la fruta, que por cierto, más nos gusta. Encontré de repente el próximo tema de nuestra conversación:
- Abuelo, la última vez que viniste nos contaste el cuento de la princesita perdida podrías hoy, por favor- le dije muy educadamente- contarnos el cuento de los piratas, aquel que nos contaste hace mucho tiempo, uno que empezaba…
- Me acuerdo como empezaba pequeñín, pero no prefieres cuentos nuevos, sobre países lejanos, personas con ritos y culturas raras, no sé cómo decirte ¿algo diferente?  
- Pero… ¿Cómo qué? -contestó rápidamente y con muchísima intriga Lucía-. Nos sabemos todos los cuentos del mundo, incluso el del perro que vuela, ya no existen más.
- Poneos los pijamas, corred, que tengo una historia que os encantará. Aun no la habéis escuchado, me la contó mi viejo amigo, aquel con el que hice mi viaje a Méjico.
     Corrimos a una gran velocidad, nos dimos un gran baño de agua caliente, nos pusimos los pijamas, nos lavamos los dientes y corriendo nos metimos en la cama de papá y mamá, ya que era la única en la que nos podíamos acostar los dos juntos cuando ellos no venían a dormir.
- Y la historia tratará sobre alguno de allí, algún americano antiguo, uno de esos raros que salen los libros solo por sus rituales - dije yo intentando explicar a quien me refería.
-  A lo que te refieres son los aztecas, y en efecto, hoy mi historia se basa en sus leyendas. Cuando viajé hacia allí, aprendí un montón, pero hubo una que me llamó la atención especialmente. Para ellos el maíz tiene una especial importancia y mi historia trata sobre este alimento, un alimento que lo consumimos incluso en el desayuno, entonces imaginaos la importancia que tiene. Acomodaos que empiezo. Ésta historia me la contaron los huicholes, unos habitantes de un pequeño pueblo, y por ello sus antepasados son los personajes de esta historia:
     Los huicholes ya estaban cansados, comer todos los días lo mismo era agotador. Necesitaban algo diferente, a lo mejor un alimento que se pueda comer todos los días pero que se pueda consumir en miles de formas diferentes. Un joven de este pequeño pueblo oyó hablar del maíz  y se imaginó todas estas formas en las que se podía presentar. Con solo pensarlo se le hacía la boca.
-Un segundo, un segundo –contesté - ¿Qué un alimento se pude presentar en miles de formas? Eh…No, no lo entiendo.
-Un ejemplo sería el del chocolate, se puede presentar en onzas, siropes e incluso batidos; pues igual el maíz.
-Ah… vale, vale. Bueno pues ya puedes seguir.
-¿Por dónde iba…? ¡Ah sí, como iba diciendo!...:
     Pero en ese momento, solo existía un pequeño problemilla, el maíz se encontraba demasiado lejos, al menos al otro lado de la montaña, pero las ganas ganaban y este joven se puso en marcha hacia su meta. Después de una buena siesta esa noche, se levantó con unas ganas de comer atroces. Y allí la avistó, una gran ave se posaba en las ramas más elevadas del árbol. Apuntó rápidamente hacia ella pero ésta, le aclaró que ella era la Madre del Maíz la cual le iba a permitir alimentarse con todo el maíz que quisiese, y le pidió que no la matase.
-Guaaaau…-se le escapó a Lucia.
-No interrumpas Lucía, sigue abuelo por favor.
-¿Estáis seguros? Aun queda un poquito. ¿No tenéis sueño?
-No, no, sigue. Me encanta esta historia mañana la contaré en el cole.
-Bueno, bueno…:
     Le condujo al país del Maíz. Para él esto era un sueño hecho realidad. En esa preciosa tierra se encontraban las cinco doncellas más bellas de todo el mundo, pero sólo una, con su encanto y dulzura consiguió enamorar a este joven tan aventurero. Mazorca Azul, que así se llamaba, se casó con el protagonista de nuestra historia. La mujer le enseñó a cultivar el maíz y a darle los cuidados que necesita. Por tantos robos, Mazorca Azul, también tuvo que enseñar a colocar fuego alrededor de las cosechas. Y lo mejor de todo es que… pero, ¿qué es ese ruido?
Traje tipico de los Huichloes
     El abuelo debió mirarnos a los dos, y solo se encontró a dos hermanitos pequeños abrazados, roncando alternativamente.
-Buenas noches y que soñéis con el maíz- exclamó el abuelo con alguna que otra sonrisa.
     Caminó hacia el salón, por el que hace unas horas había pasado corriendo, cogió el teléfono y llamó.
-Claudia, hija mía, ya se han dormido. Dale recuerdos a Álvaro y que duermas tú también bien.

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 6ª Categoría. Bachillerato

CONVERSACIÓN EN EL AVIÓN.
Por Francisco José Sobrino Henández


- Usted dirá…
- Al aeropuerto, por favor. Y rápido.
- Descuide… ¿Pa’ ccuál de los dos?
- ¿Tantos hay? Ni que esto fuese Nueva York…
- ¡Oiga usted! Cuida’u con lo que dicce, que esta ciudad puede ser que no sea ni si quiera ccapital, pero de chica no tiene nada, y pa’ ser reconccocida como “La Roma de América” o “La Ciudad de los juristas” o “Muy noble y leal”, y cientos más con los que no quisiera yo aburrirle, porque habeilos ha…
- Ya me aburre, así que dedíquese a hacer su trabajo. ¿Cuál es el que realiza los vuelos internacionales?
- ¿Le ve accaso alas a mi taxi, o a mí cara de piloto aviador? Que pa’l caso sea dicho, pude haberlo si’u, porque virtualidad y espaciosidad, mire usted que dos palabrejas, me sobra y me chorrea, pero el doctor me detectó un impedimiento, que me incapaccitaba pa’ esto del volar, algo así como arofobia o erofobia, o una de esas, vamos que me subo yo al aeroplano y me quedo desmaya’u. Aunque mi abuela, que en p…

- Señor taxista, aunque respeto mucha a su abuela, sino arranca en menos de siete segundos voy a dejar de respetar a otro miembro de su estimada familia, así que haga el favor, y lléveme al aeropuerto inmediatamente, que el vuelo sale en una hora y no hay otro hasta el Lunes que viene.
- Mejor habría queda’u diez segundos que es número mas redon…
-¡YA!
- Vale, vale, nos vamos ya ¡Marchiando al aeropuerto!  … Por cierto ¿a ccuál?
- ¡Al más grande, que se yo!
- El más grande es el Internacional Rodríguez Ballón, ¿a ese?
- Así que hay un aeropuerto cuyo nombre tiene como primera palabra “Internacional”, y cuando le pregunto sobre los vuelos internacionales me sale con que si es usted piloto o tiene usted aerofobia. Es increíble.

- ¡Eso! Aerofobia, sí, sí, eso decía yo, pero usted tranquilo que ya nos vamos, que me está dando un miedo con esa ccara que pone, si hasta se parece a la de mi parienta ccuando me ve apartiando las zanahorias rehogadas pa’ comer el guisa ‘u de papas…

“Y aún me queda Estocolmo…”, pensé a la vez que el chiste fácil arrancaba una fugaz, breve y casi imperceptible sonrisa de mi inexpresiva faz “¿Cuándo fue la última vez que reí…?” “Supongo que ya no tengo tiempo ni para eso.” En cambio sí tuve tiempo para fingir un profundo sueño, con el que disuadir al conductor de cualquier intento de despegar esos gruesos labios, o volver a emitir, ninguna de esas empalagosas palabras, extraídas de algún cruel y taimado dialecto indígena.

- Ya llegamos.
- Bien, ¿cuánto es?
- ¿Ya despertó? Que sueño tan ligero tiene usted… 156 soles.
- Ni se lo imagina… tenga, esto de propina, para que le compre un pastelillo a su abuela. Buenos días.
-  Sí… buenos…uno, dos… esto no da ni pa’ un chiccle…

Dejando atrás al ofuscado taxista, entré apresurado al aeropuerto: “Y a esto lo llaman grande, pobres ignorantes”- pensé yo, no sin cierto aire irónico. En esto estaba yo buscando el camino hacia la puerta de embarque, empresa aparentemente sencilla, pero la falta de señalizaciones y la dificultad para entender las pocas que había, representaban una ardua misión. Finalmente y tras muchas vueltas acabé llegando a la puerta de embarque, donde una sonriente azafata despachaba a los últimos pasajeros:

- Buenos días- dije yo, tendiéndole el billete, mientras trataba de sacar el DNI de aquella odiosa cartera.

- Lo siento- se excusó ella- no hay más asientos, el que quedaba fue para aquel caballero de allá- indicándole a un hombre con el pulgar, por encima del hombro.

- ¡Pero eso es imposible! Mi billete estaba reservado hace, lo menos, tres semanas. Debe de ser un error, vuélvalo a comprobar.

- Lo siento, pero ha habido “overbooking”, de todas formas es posible que algunos de los asientos de primera clase queden libres y usted pueda entrar. No se lo garantizó, pero es todo lo que puedo hacer…. Eso, o puede usted coger un taxi y…

-¡Ah no, eso ni hablar, todo empezó por ese maldito taxista, su taxi con aerofobia y su abuela con alas!- realmente creo que no lo dije en el orden correcto, y las miradas asustadas de las azafatas y las vigilantes de los guardias, me hicieron ver, impotente, que lo único que me quedaba era esperar.

- Disculpe Señor.
- ¿Si…? - era la azafata de antes.

- Quedó al final un sitio libre en primera clase. Ha tenido mucha suerte, ya verá como la espera tuvo sus frutos- sonrió y se fue.

No tenía ni idea de por qué habría tenido tan buena suerte, aparte del hecho de haberme quedado dormido y no haberme despertado sin equipaje. En cualquier caso di las gracias, me levanté, y mientras recogía el equipaje me estiré disimuladamente. Seguía, aunque cansado y amargado, siendo un caballero.

Cuando llegué a mi asiento, la única sorpresa que encontré fue que no había diario deportivo internacional, aparte de eso, ya había hecho más vuelos en “business” y no había nada que me llamase la atención.

Unos minutos después se comunicó que iba a comenzar el despegue y que  permaneciésemos sentados y con las bandejitas de los asientos cerradas. Justo en ese momento llegó, el que sería en este viaje a tierras suecas mi compañero, un hombre que superaba fácilmente los sesenta, bien vestido, y con un elegante y fino corte de pelo que denotaba una rebosante cuenta bancaria. Llegó, se sentó y apresurado se abrochó el cinturón, tanto que sin querer, me dio un codazo en mi brazo derecho.

- Discúlpeme, usted señor, que aunque vuelo a menudo, estas maquinas aéreas me dan un fiero horror. Aunque veo que usted no tiene mucha mejor cara, ¿también le causa pavor el volar?

- No que va, es el cansancio – no quería decirle que en realidad la cara sí era de horror, pero horror ante la idea de tener sentado durante trece horas a un nuevo “taxista”, aunque este fuese treinta años mayor y con un corte de pelo de ciento cincuenta euros.

- Ah, ya. Bueno cuando se es joven hay que divertirse, y disfrutar ¿no cree?

- Sí, digo no… Oiga mire yo he venido porque tenía unos asuntos que zanjar, pero de trabajo, y ahora en Estocolmo, otros tantos. Pero de trabajo, yo ya no tengo tiempo para nada más.- El semblante del anciano no cambió ante estas palabras que solían sorprender en general a la gente, a la vez que despertaban ciertos signos de desaprobación, lástima, o burla en algunos casos. En cambio para mi compañero fueron simplemente unas palabras más.

- Bueno, ya que parece que vamos a tener un largo viaje por delante y yo no soy de los que duermo, me temo que tendremos que pasar a las presentaciones…- en ese momento pasó un par de azafatas sonrientes que se detuvieron con el carrito de comida, y con increíble dulzura, afecto y algo de respeto se dirigieron a mi colega, que con igual amabilidad las despidió. Conmigo el trato fue de mera cortesía, debido, por supuesto, a mi fortuita estancia en aquel asiento, por lo que no le di mucha más importancia.

- Así que se llama Alonso, no, no frunza el ceño, que no soy adivino- dijo entre risas- es que lo vi escrito en su maletín. Bonito nombre sin duda, y muy castellano diría yo, ¿es usted español?

- Sí, de Madrid- ante el silencio de mi interrogador supuse que querría más información- como ya le he dicho sólo vine aquí por trabajo. Por cierto, interesante ciudad Arequipa. Bastante moderna y renovada. ¡Si hasta tiene más aeropuertos que Madrid!

- Me alegro que le gustase, pero si se refiere al otro aeropuerto sepa usted que es una base militar, no se realizan vuelos desde allí.

En aquel momento, una gran ola de resignación me invadió, “Así que base militar”, pero en vez de irritarme, la emoción salió en forma de sonrisa.

- Y usted ¿a qué va a Estocolmo?- pregunté yo ahora, antes de que le diese tiempo a lanzarme otra a mí.

- Nada, unos asuntillos, también de trabajo, ¿eh? No se vaya usted a pensar nada. Y aparte de trabajar ¿no hace nada más? ¿No lee, no tiene afición alguna?

- Antes sí, fíjese que me encantaba a mí lo de leer… ¿Conoce usted la novela  “La ciudad y los perros”? No me acuerdo del autor, pero sí que me gustó bastante ¿La ha leído?

- Algo me suena, creo que me lo habré leído así por encima. ¿Por qué ya no lee? Y no me diga que por tiempo, que estas horas de avión le vendrían perfectas.

 - Mi madre murió hará ya unos diez años. Era ella quién me regalaba siempre libros, me aconsejaba y alentaba a leerlos. Luego, una vez acabados, siempre teníamos charlas y discusiones sobre ellos. Eran nuestros momentos “literáricos” que fue así como yo los llamé una vez, tras descubrir que el arte de escribir se llamaba literatura - una pequeña mueca de ironía asomó en mi cara-  Cuando ella murió, dejé de leer. Cada vez que lo hacía, no disfrutaba, no quería acabarlos porque ya no tendría esos momentos en los que exultante y feliz acudía corriendo emocionado a mi madre, para compartir todas las vivencias que había sentido entre esas ásperas páginas, todas aquellas aventuras, ideas y sensaciones que me inspiraban y que tantos dulces ratos me aportaron. La simple idea de finalizar uno me hacía sentirme solo, me angustiaba ver que llegaba al desenlace de sueños impresos en papel que se transformarían en pesadillas reales en mi mente. Poco a poco el hábito se marchó, y supongo que nunca más quise tener nada que ver con la letra.
  Después de esto, el hombre no dijo nada, y yo hice lo propio, me acomodé en el asiento y miré por la ventanilla. Por mucho que tratase de conciliar el sueño no podía, el asiento a pesar de ser de cuero, recostable y tener mil lujos, me parecía el sitio más incómodo del mundo “¿Cómo he podido ser tan estúpido?” -pensé- “Habrá pensado que soy un chalado. Él hablándome, de banalidades, y le salgo yo con todo esto, sin ni siquiera saber su nombre”. Finalmente me dormí, y soñé. Soñé con el taxista, con la azafata, con mi anciano compañero. Soñé con que se burlaban de mí, se reían a carcajadas y yo no podía decirles nada, porque tenía que trabajar.
  - ¿Señor?
  - Sí, sí… estoy despierto, ¿quién es?- era la azafata.
  - Señor ya hemos llegado. Ya ha salido todo el mundo debería tener más cuidado de quedarse dormido en los sitios, ya he tenido que despertarle dos veces- y sonrió, pero no con la sonrisa de desprecio que tenía en el sueño. -¿Y bien?, no me diga que no tuvo suerte ¿eh? ¡Ah!, por cierto me dio esto para usted.
  - ¿Cómo?, ¿Quién?- yo no entendía nada.
  - Anda no se haga el loco, le hablo de su compañero, del hombre que se sentó a su lado durante el vuelo
  -…-seguía sin entender nada.
  - Es increíble, ¿no sabía que el hombre con el que estuvo todo el rato, no era otro que el gran Mario Vargas Llosa? Ganador del premio Nobel de Literatura de este año.
  - ¡Ese era el autor de…! - De repente comencé a entenderlo todo, y una nube de confusión se cernió sobre mí. Sin mediar palabra cogí el papel que me había dejado el ilustre, y comencé a leerlo atónito:

 Querido compañero de viaje, ya sé que nos conocemos de muy poco, y que quizás esta nota te sorprenda, no es para menos, pero es que ciertamente, tu historia me conmovió, y me hizo sentirme mal, aunque peor me sentí por haberme quedado callado cuando debí de haberte contestado, pero te dormiste pronto y no pude ya pedirte perdón. No sé si sabrás quien soy a estas a alturas aunque en cualquier caso creo que estoy en deuda contigo. Me emocionaste mucho con tus palabras y realmente fue satisfactorio el que no me reconocieras, ya que así pude conversar contigo sin tapujos ni molestias. Cuando hablaste de tu madre, y la causa de tu negativa a volver a leer, pensé que quizá yo pudiese ayudarte. Así pues, te dejo una lista de libros abajo, son grandes obras que a mí me ayudaron mucho cuando estuve mal, y también te dejo mi teléfono, para que cuando los acabes tengas con alguien con quien comentar. Me encantaría conocer tu punto de vista. Hasta un, espero, pronto reencuentro          
                                                                         MVL

Mario Vargas Llosa
  Cuando acabé de leer la carta por quinta vez, por fin tuve tiempo para ver que aquello era cierto; que no era ninguna clase de sueño maquiavélico; que las sombras no aparecerían de un momento a otro tratando de burlarse de mí. Entonces reí a carcajadas, reí por todas las risas que había ahogado, por tantas que nunca quisieron salir. Y lloré, lloré como el niño que abraza a su madre tras ver su rodilla magullada; como un padre que descubre cuanto tiempo podría haber pasado con su hijo, y que ya no podrá pasar.
  - ¿Se encuentra bien? – ya no me acordaba que la azafata seguía ahí delante.
  - Sí, ha sido… la emoción, supongo, nada más.
  - Tranquilo, si quiere puede conversar conmigo acerca de libros, y si quiere esta noche estoy libre, conozco un muy buen restaurante, ¿le apetece cenar conmigo?
- Me encantaría.
  Y así, conversando sobre prosa, drama y poesía nos encaminamos a la salida del avión, y como “Sólo un idiota puede ser totalmente feliz”, yo a partir de aquel momento, me convertí en el hombre más idiota del mundo.